domingo, 6 de abril de 2014

Edwige, la chica sin país






Hija del contraste

Desde el oeste de África hasta la Europa próspera de los años 90. El viaje de Edwidge significó una nueva vida. Aquí descubrió algunos de sus hobbies actuales: internet, hacer fabada asturiana y el cine. Recuerda nítidamente la primera vez que vio una película en España, cuando no entendía nada del idioma. Aún así, quedó prendada de la pantalla gigante, las butacas, el sonido…  Nada que ver con la humildad de su pueblo natal, Pagouda , en el norte de Togo, donde solo unas pocas carreteras conocen el asfalto. El contraste es tan grande que ya no se siente por completo de ese mundo, aunque vive informada de la realidad de su país porque le preocupa su gente. Conoce las noticias de los asaltos, casi diarios, a la valla de Melilla: “me afecta porque pienso que, si estuviera en su situación, estaría tan desesperada que, probablemente, también lo haría”. 


Es la casa más colorida en la que he estado nunca. Los tonos corales y bermellón salpican, sin piedad, las paredes y algunos muebles cuidadosamente colocados para aprovechar el espacio de este pisito de La Magdalena. Se trata de un céntrico barrio zaragozano, de mayoría inmigrante, y de locales alternativos. Aquí tiene su hogar Edwige Wella (Pagouda, 1978), una joven togolesa de  cuerpo grácil -un tanto desgarbado- y espíritu robusto. De apariencia naíf y actitud valerosa. Estamos en el salón, sentadas frente a dos grandes cuadros tribales. Ella misma ha decorado la casa con motivos africanos en cada rincón. Un gato regordete y peludo se pasea del sofá a la mesita, con actitud despótica. Luego, se retuerce, buscando el regazo de su dueña. "Este es Prudence, el rey de la casa", confiesa risueña. Cuando lo adoptó, tenía problemas en una pata.  Ahora, ocupa el espacio del sofá que nos separa a Edwige y a mí mientras ella lo acaricia con mimo, una y otra vez.
Al mismo tiempo, los rayos de sol se cuelan por la ventana, desdibujados por unas finas cortinas carmesí. Entran en el salón e iluminan su rostro oscuro de niña buena. A lo largo de sus 35 años, esta joven ha vivido en tres países y ha conocido otras tantas formas de vida. "La verdad es que una termina sin ser ni de aquí ni de allá", admite con resignación. Ha salido al extranjero y, al conocer otras realidades, ha cambiado su escala de valores y aspiraciones personales.

La vida de madre soltera la ha convertido, a ojos de sus compatriotas, en una mujer rebelde. Dos conceptos que, cuando van juntos, asustan a los togoleses no tanto por molestos, como por insólitos. No se había casado cuando tuvo a Nadège, su primera y única hija -la niña de sus ojos, la misma a la que regaña durante la entrevista por querer salir a la calle sin abrigarse lo suficiente-. Por supuesto, Edwige sabe que su estilo de vida acapara miradas y comentarios en su tierra, especialmente desde que se separó: "Todo el rato me preguntan, 'y, ¿cuándo te casas?' ¡Tienen mucho afán de casarme! Pero yo les digo: ‘¿no me veis bien así, o qué?’”

Su semblante muestra una media sonrisa que deja al descubierto sus dientecillos separados. Interpreto que lo cuenta a modo de anécdota: ni rastro de enfado en su simétrico rostro de tierna chiquilla. Para ella, es natural. Conoce muy bien la estrechez de miras de su gente y, meditabunda, aclara: “Porque allí ellas piensan que no son capaces de vivir solas y hay muchas mujeres africanas aguantando lo inaguantable porque nunca han pensado que pueden estar mejor solas” Edwige tiene un discurso pausado y reflexivo. De vez en cuando, se detiene para encontrar la palabra adecuada en un correctísimo español. A pesar de no seguir los estándares de vida que le corresponden por su origen, recuerda con cariño su infancia en Lomé. Y, aunque ser la mayor de cinco hermanos le obligara a ejercer de niñera mientras su madre vendía legumbres en el mercado, su expresión cambia por completo al rememorar sus "juegos y fechorías". Dirige la mirada en otra dirección, para dejar fluir los recuerdos: "He sido una niña muy feliz. No tenía las cosas materiales que puede tener aquí mi hija pero recuerdo jugar en la calle y cosas especiales que solo he vivido en Togo"

-¿Qué cosas son esas?
-Por ejemplo, ir al colegio, que estaba algo lejos. Había que coger taxi. Allí, el taxi se comparte con tropecientas personas. Así, pagas poco dinero pero, a cambio, tienes culos empujándote por todas partes. Imagínate un coche de cinco plazas con más de ocho personas dentro…
No puede contener la risa mientras recrea la situación, gesticulando con garbo. Lo recuerda todo con detalle. Las anécdotas cotidianas y las ambiciones: “Desde pequeña, soñaba con estudiar y trabajar, las mujeres no podemos quedarnos de brazos cruzados. Pero luego la  realidad te pone en tu sitio y no hay trabajo y no hay sanidad. Si vas al hospital, tienes que comprar los guantes o la jeringuilla para dársela al médico. Y si las mujeres tienen complicaciones en el parto o pagan la cesárea o ya puedes ir despidiéndote de ellas. Tengo conocidos que les ha pasado”.
La vida no es fácil en el Golfo de Guinea, una de las regiones más pobres del continente. Un área de unos 475 mil km2 en los que varios países minúsculos han acumulado durante décadas conflictos y golpes de estado, en un vergonzoso historial que se traduce en subdesarrollo.  
Precisamente, fue la complicada situación política la que empujó a salir a esta joven del país en 1994, cuando tenía 16 años. Entonces, la comunidad internacional acababa de romper relaciones con Togo durante los siguientes diez años por el amaño de las elecciones de 1993, las primeras democráticas después de que la Agrupación del Pueblo Togolés (Rassemblent du Peuple Togolais) dejara de ser el partido único.
Demasiada inestabilidad para una niña que tenía una tía en Europa, dispuesta a acogerla. Edwige dejó atrás su casa. Primer destino: Alemania. "Mi tía decidió que fuera a allí. Alemania era muy distinta a Togo, me llamaba la atención todo: la ciudad grande, con los edificios grandes… Pero, sobre todo, la relación entre las personas, que era muy distante. Los vecinos no se conocían".
Pasaron seis años y la Edwige veinteañera vino a España para cimentar su vida definitiva. Al poco de instalarse, tuvo a Nadège, que es ahora una simpática adolescente de 12 años, con el pelo lleno de trencitas y casi tan alta como su madre. El día en que empezó la primaria quedará, imborrable, en el recuerdo de Edwige. Fue entonces cuando tomó la decisión que marcaría su futuro: la hija empezaría el cole; la madre, la universidad. Quería formarse, estudiar una carrera en la Universidad de Zaragoza. Le llamaba la atención ayudar a la gente, así que le tocó trabajar y cuidar a su hija, a la vez que repasaba los apuntes de Trabajo Social.

-¿Cómo fue el primer día?
-Iba yo nerviosa perdida, me preocupaba mucho si iba a estar a la altura. Pero enseguida me di cuenta de que había también unas cuantas personas de mi edad, incluso más mayores. Me fui juntando con ellos y, poco a poco, fui adaptándome. Pero también me he relacionado mucho con los jóvenes. Ellos no me daban los años que tenía, decían que aparentaba menos [risas]. Para mí, los años de la universidad han sido una experiencia insuperable.
Es su gran orgullo. Me invita a seguirla hasta su cuarto. Allí, la orla de la promoción 2008-2012 acapara el protagonismo de una de las paredes, junto a la beca de graduación. Satisfecha, señala su retrato, situada en el lado derecho, al lado del marco. Debajo, pone Piniwe Wella: “Es lo que figura en mi pasaporte pero siempre me han llamado Edwige. Es un nombre francés y, antes, en mi tierra, los nombres franceses no podían figurar en los documentos oficiales”
Como todos los nombres africanos, el suyo está dotado de significado. Piniwe significa escudo protector, “y si alguien quiere hacerte daño, puede intentarlo por todos los medios pero no lo va a lograr”, recalca incrédula.

Ella ha tenido que protegerse muchas veces para evolucionar y llegar a ser una mujer independiente. Una independencia que le da su empleo como trabajadora social en Médicos del Mundo. En esta ONG, Edwige es el escudo protector de muchas mujeres que como ella, son migrantes. Al acabar la carrera, empezó como mediadora en el proyecto contra la mutilación genital femenina. Era la encargada de ir a los hospitales públicos de Zaragoza cuando nacía una niña de padres africanos. Les convencía de que no era lo correcto y les explicaba las consecuencias penales que se derivan de su práctica en España. Ahora, se dedica a la atención social en la oficina. Principalmente, orienta a personas en situación irregular que, desde la entrada en vigor del Real Decreto 16/2012, están excluidas de la atención sanitaria. A ella le gusta su trabajo, transmite ilusión por lo que hace. Pero también vive momentos difíciles, en los que su condición de negra y graduada en Trabajo Social parece ser incompatible hasta para sus paisanos. “Algunos me miran desconfiados y preguntan, ‘¿dónde está la trabajadora social?’ Cuando les digo que soy yo, preguntan ‘¿pero no hay otra persona? A veces, me hace gracia pero muchas me da rabia. No puedes tener tantos prejuicios por el color de la piel, primero hay que dejar que te atiendan”.
Sus ojos almendrados y acuosos transmiten serenidad. Arquea sus discretas cejas de vez en cuando. Todos sus movimientos son dulces, como a cámara lenta. Asume lo que le toca vivir en el trabajo con cierta resignación pero también destaca la parte “gratificante” de su trabajo: “Noto que hay gente que no se fía la primera vez, pero luego ven que no es para tanto y ya solo preguntan por mí, por la morenita. Me agrada mucho que reconozcan mi trabajo, que vean que no pasa nada por tener otro color de piel. Al final, somos todos parecidos, perseguimos las mismas cosas”.

-Y tú, ¿qué persigues?
-Simplemente, vivir tranquila. Hablo mucho con mi hija sobre las situaciones incómodas que sufro, y ella también ha experimentado algunas. Pero ojalá que la generación de mi hija sea diferente para dejarle desarrollarse como persona. No entiendo cuando le dicen “inmigrante de segunda generación”, ella no ha inmigrado nunca, solo conoce esto. Por muy integrada que esté, la sociedad se encargará siempre de recordarle que es diferente. Si cuando me pasa a mí me duele, con mi hija todavía más.
Su hilito de voz es ahora más contundente que nunca. Se queda en silencio y suspira amargamente. Parece que le cuesta hablar.
-Hay mucho desconocimiento acerca de nosotros, los africanos. Mira, te voy a contar algo que me pasó en una tienda. Vino una chica africana que no hablaba español y la mujer de la tienda ya me había visto muchas veces y me pidió ayuda. Me dice: ‘Por favor, ¿tú no hablarás el africano para entenderte con ella y me cuentas? Me quedé parada y le pregunté: ‘¿Qué es el africano? ¿Acaso tú hablas europeo? Entonces se dio cuenta de que no tenía sentido. Y mira, Togo es un país muy chiquitín y tiene 43 idiomas, ¿cuál de ellos quiere que hable? Pero no entiendo por qué les cuesta tanto entenderlo, en Europa también se habla francés, alemán, inglés… En mi tierra hay ciertas cosas básicas que la gente sabe decirte sobre Europa, pero no al revés.
Su aire indignado se suaviza poco a poco. El gato Prudence salta de un lado a otro con elegancia. Me queda una duda sin resolver.
-Y, ¿qué hiciste con la señora de la tienda?
-Le dije que lo sentía mucho pero que el africano no lo hablaba

La pregunta ha conseguido romper su seriedad. Edwige confiesa que se siente muy integrada aquí pero que, al mismo tiempo, sabe que no es de aquí. Tampoco de allá. “En mi país dicen que me he vuelto como una blanca por mi comportamiento. Y mira, yo respeto las cosas que hacen en mi tierra pero yo no vivo ahí. Seguramente, si estuviera allí, también tendría esa mentalidad, pero no es el caso”.

Una lucha que nunca acaba por llevar una vida que nadie en su familia va a conseguir comprender y, mucho menos, compartir. Ha sido rompedora en el momento más difícil y ahora tiene la vida que ella ha decidido. Un ejemplo vivo de que mujer, africana, cualificada e independiente son palabras que suenan bien juntas. 



sábado, 4 de enero de 2014

Los cubanos de la plaza

Mirada profunda, piel tostada, gesto sereno. Carlos Rodríguez es un hombre de apariencia sencilla y cuerpo menudo. Estamos uno frente a otro, entre débiles paredes de rafia. Y a nuestro alrededor, decenas de objetos amontonados. Un triciclo, un hornillo, varias garrafas de agua en fila, unas cuerdas a modo de tendedero... Es un día gris de lluvia intermitente y bajas temperaturas. Pero la bienvenida es cálida. Un pequeño perro canela de orejas caídas inspecciona mi presencia, olisqueando los alrededores. El entrevistado, arrepentido exteniente coronel de las Fuerzas Armadas de Cuba, ha vivido la vida intensamente. Desde su etapa más joven, cuando fue un ilusionado defensor del socialismo castrista, hasta hoy, a 7.447 kilómetros de su isla, viviendo un forzoso y desafortunado destierro. Y eso que se suponía que los traían aquí para empezar de cero, con la condición de refugiados, lejos de los barrotes que condenaban a Carlos -y a sus otros diez compañeros-  por pensar diferente.

                Carlos Rodríguez Clavijo, exiliado cubano en España.

Es un hombre que desborda carisma. Sabe combinar su firmeza y su marcado acento cubano para producir una retórica deliciosa, casi poderosa, que engrandece su voz rasgada. Carlos, que sobrepasa el medio siglo, vive el castigo del exilio en las calles de Madrid. Los últimos años, en Cuba, era uno de los incómodos opositores que llaman a las cosas por su nombre: a la censura, censura; a la pobreza, pobreza; a la corrupción, corrupción. No se le resiste ni el léxico más prohibido para los cubanos. Por eso pasó tres años y cinco meses en la cárcel, "es un campo de concentración", como él recuerda. Un calvario al que los políticos pusieron fecha de caducidad: 8 de abril de 2011. Se trataba de un acuerdo entre el Gobierno de Zapatero y los Castro, que contaba con la mediación de la Iglesia Católica cubana. El grupo de once presos políticos no intervino en las negociaciones. Solo aceptaron salir del país, según Carlos, "bajo fuertes coacciones y amenazas". Y continúa, tras una breve pausa: "fuimos sacados de la cárcel por la puerta de atrás hasta el aeropuerto José Martí de La Habana y, en Barajas, nos hicieron entrar también escondidos como si fuéramos delincuentes. No era lo que esperaba de un país que se supone democrático". Pero no era la única sorpresa desagradable que les esperaba en la Madre Patria. Las cláusulas del acuerdo entre los dos países para su inserción en la sociedad española que abarca trámites como la homologación de títulos, no se han cumplido. Tampoco, los programas de acogida que han de ayudar a la adaptación de los refugiados en su nuevo entorno y que corre a cargo del Fondo de Ayuda a Refugiados de la ONU. Por eso, hoy su casa no es de ladrillo y teja,  sino de tela. Un refugio para refugiados. Pese a su aspecto improvisado, lleva más de 600 días formando parte de la Plaza de la Provincia. Querían así estar a las puertas del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación,  situado en una de las zonas acomodadas de la capital, al inicio de la Calle Atocha y a escasos metros de la Plaza Mayor. 



Allí, donde confluye el trasiego de elegantes funcionarios y curiosos turistas, aunque queramos evitarlo, nos topamos con ellos, en permanente protesta. Han instalado todo un campamento, a prueba de la lluvia que en un día como hoy les resguarda aunque el frío se cuela hasta dentro por la entrada.  "El Ministro Margallo nos ha dicho que no pueden hacer nada. Nos dicen que nos busquemos la vida, ¿nos están incitando a que ocupemos algún piso? Somos la oposición cubana, no somos ladrones. Preferimos vivir en la calle". Entre sus palabras, se distingue algo de frustración y una pizca de rabia contenida. Sentimientos inherentes al proceso de acostumbrarse a pasar los días -y las noches- sin que nadie les dé una solución en un país que se ofreció generosamente a darles asilo.  En una ciudad donde son respetados y queridos. Donde despiertan la empatía de muchos madrileños que, después de conocer su causa, la sienten como propia. Y que Carlos reconoce con la humildad que le caracteriza: "sobrevivimos gracias a la solidaridad del pueblo español, nos ayudan mucho. Estamos orgullosos de ellos, pero no de los Gobiernos ni de los partidos políticos. Ninguno representa los intereses del pueblo porque todos son iguales. Primero el PSOE nos sacó de allí sin poner interés en preparar el acogimiento nuestro, su interés era apoyar a los Castro aliviando la presión que tenían dentro de la isla y ahora el PP tampoco hace nada". Carlos ha perdido la fe en la política, pero no en Dios. Se aferra a sus creencias y a su entereza. "Si los Castro no han podido con nosotros, esto tampoco podrá".



Se apoya, también, en sus compañeros, sus "hermanos de la lucha": Miguel, Douglas, Osbel, Miguel Ángel, José Miguel, Roque, Raysa... Gente cualificada -entre ellos, médicos, ingenieros aeronáuticos o ingenieros agrónomos- que, gracias a eso, ha podido viajar y despertar al ver la realidad desde fuera. Y a la vuelta, todos han padecido el lado más amargo de la dictadura. Algunos, con más de 10 años en cárceles cubanas a sus espaldas. Muchos, con problemas de salud. En un momento de la conversación, Carlos se detiene y rebusca, muy tranquilamente, entre unos folios. Me acerca uno de ellos. Se trata de una fotografía impresa, de calidad mejorable pero en la que se distingue a un varón recostado sobre una camilla. Es Osbel Valle Hernández, uno de sus compañeros de la oposición cubana. De familia activista -es hermano de Osbel Valle Hernández, otro de los acampados-  ha sido una de las obsesiones de la policía de los Castro. La foto corresponde a su llegada a España, donde los médicos le encontraron numerosos coágulos en la cabeza, según él, provocados por las agresiones físicas sufridas en la cárcel. Fue operado de urgencia y se encuentra bien. Es la prueba que enseñan a la gente que se interesa por la situación de derechos humanos en Cuba.  "Los que denunciamos a la dictadura Castrista allí corremos peligro de muerte. Nosotros sabemos que Payá fue asesinado y ahora tememos por la vida de la bloguera Yoani Sánchez".
Carlos se muestra indignado con la escasa respuesta de la comunidad internacional ante estos ataques. "En la isla, todos tienen intereses económicos. España, con las cadenas hoteleras como Melià, que es la dueña de los hoteles en Cuba. Los empresarios españoles le pagan al Gobierno cubano cerca de 2.000 euros por trabajador y estos solo reciben unos 20". Para ser exactos, se refiere a los 26 hoteles repartidos por ocho ciudades de playas de arena blanca y caribeña agua turquesa. Rotundo, integérrimo, añade: "Para mí, quien alimenta a un dictador es tan dictador y asesino como el propio dictador". Su clarividencia, casi poética, me recuerda  a aquellos versos de Quevedo, mas pues que su fuerza humilla al cobarde y al guerrero, poderoso caballero es don Dinero.
"Las ganancias van al bolsillo de los Castro. Las fábricas dan pérdidas y las sufre el pueblo. Así que no me hablen de bloqueo porque bloqueo es lo que tiene puesto Castro al pueblo de Cuba. No le deja ser emprendedor, que no le deja desarrollar las ideas y que solo se hace lo que él dice y lo que él quiere". Un discurso que realmente trasciende cuando sabes que el joven Carlos fue un entusiasta del socialismo castrista. Sobre los motivos concretos de su arrepentimiento, concluye: "muchas cosas que uno ve, quitaron a un dictador para ponerse ellos y que haya más desigualdades aún." El gesto de su cara cambia cuando se va a referir a su familia y las dificultades que atraviesan para cubrir sus necesidades vitales más básicas. Señala una caja de varios briks de leche que hay en el suelo y reflexiona en voz alta: "tenemos leche, huevos y todo, pero no puedo comer mucho porque casi estoy en una huelga de hambre voluntaria al pensar en mi familia, en mis nietos, ¿qué comerán allá? El sueldo básico son 7,50€ al mes. Toma ese dinero, ve a un mercado y compra todo lo más barato que haya. De lo que logres meter en una bolsa con esos 7,50€, es de lo que vive una familia. A eso le añades 5 libras de arroz (2,5 kg) que le corresponden a cada uno por la cartilla de racionalización. Y los hijos de Castro viajan el mundo, estudian en España en universidades privadas. Viven del sudor del pueblo cubano".
La animada conversación se ve interrumpida cuando se enciende un cigarrillo, no sin antes haber ofrecido. Y sigue con su discurso, imperturbable, mientras el humo aporta un halo de intriga a su historia. Sin darnos cuenta, ya han transcurrido un par de horas. Con absoluta franqueza, admite: "lo que está pasando en Cuba es una vergüenza. Me da tanta rabia que me tengo miedo del odio que está albergando mi corazón. Porque no es de humanos ni es de cristianos el odio. Pero mi corazón ya no tiene otra cosa "
Mientras tanto, han entrado y salido varias personas. Una niña se nos queda mirando, con media sonrisa. A su lado, una mujer de rostro dulce lee, ajena a la conversación. Carlos explica que es la esposa de un opositor que todavía sigue preso. 



Otro chico joven aparece por allí. Se sienta en una silla plegable. Acaba de ser padre y se muestra preocupado por su futuro. Un poco más lejos, se encuentra un hombre mayor, a quien Carlos llama Comandante. Tras una apariencia frágil por el paso de sus 74 años, se esconde un rebelde que se alzó junto a los Castro en 1958. Fue uno de los tripulantes del mítico Granma, junto con Raúl y Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y el Che Guevara. Otro desengañado revolucionario que vio alejarse el ideal de la democracia tras la caída de Batista.
Cada cual, con su historia. Llego a preguntarme cómo todos ellos y, en especial Carlos, un potencial líder de masas, estaba durmiendo en la calle.  Parece que cada golpe que le ha dado la vida le hubiera agregado un poquito de carisma convirtiéndolo, 51 años después, en un contenedor de las historias más conmovedoras narradas en primera persona. Ni la cárcel, en Cuba, ni los tres ictus que ha sufrido en España, ni el frío de la calle, ni la indiferencia de los Gobiernos ante su situación le han desanimado lo suficiente como para dejar de defender sus ideas. Aquí o allá. Quizás, pronto en un tercer país, lejos de España, en un Estado que cumpla con las obligaciones hacia los refugiados. "Queremos una solución a nuestra situación de asilo pero también recordar a todos que Cuba es una cárcel de 12 millones de habitantes. Y ahora es el despertar del pueblo de Cuba porque antes se hunde la isla que tener otro dictador. Estamos preparados para ser libres".
Y allí siguen a día de hoy, incansables, en la puerta del Ministerio. Su situación es la misma que hace año y medio. El campamento, presidido por una imperante bandera cubana, ya es un elemento más en el paisaje de la plaza. Donde algunos transeúntes habituales se detienen a saludar a "los cubanos de la plaza" -así los conocen- y, tras preguntarles qué tal, se despiden. Hasta el día siguiente.




                               Foto tomada el día 9/11/13. Madrid.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Madiba, la coherencia


Adiós, Madiba. 

Hoy el mundo llora su muerte, los políticos se deshacen en halagos, ¡hasta la bandera de la Casa Blanca ondea a media hasta! Podría darme esperanza, pero me da pena. Ojalá cada uno de los dirigentes que han expresado su pésame por tamaña pérdida, tuvieran una milésima parte de su coraje para luchar, verdaderamente, por un mundo mejor. Con distintos métodos en las distintas etapas de su vida -larguísima, intensa, en un país donde la esperanza de vida es hoy de 53 años, según UNICEF- siempre bajo unos ideales claros e inamovibles.  No hay que olvidar que Mandela fue un guerrillero. Que, pese a permanecer casi tres décadas en la cárcel, nunca fue considerado un preso de conciencia. Y así lo dijo en una ocasión: "No quiero ser presentado de forma que se omitan los puntos negros de mi vida". Supo perdonar, supo reconciliar, supo unir en la diversidad y adversidad. Eso le engrandece. Ojalá hubiera muchas personas así: coherentes, porque sus bellos discursos iban sincronizados con sus actos. No como todas estas figuras públicas que ahora lo definen, literalmente, como un "ejemplo a seguir" mientras hacen todo lo contrario en su día a día. Por eso el mundo no cambia, por eso África sigue siendo el continente olvidado. El mundo está enfermo de incoherencia.


Pese a que dar mis opiniones no es el objetivo de este blog, hoy hago una excepción. Porque el baobab es el símbolo de África y Madiba ha dedicado su vida a luchar por el bienestar de su continente, este baobab está de luto. Por ser luz de esperanza en este mundo incoherente, descanse en paz.

Foto: Reuters

viernes, 11 de octubre de 2013

La magia del 11 de octubre



La tarde del 11 de octubre en Zaragoza es especial. Todo se prepara para la celebérrima ofrenda a la Virgen del Pilar, pero no es lo único. En el ambiente se respira la fiesta, la alegría, la emoción. Una víspera que es dulce gracias a sus gentes: artistas callejeros, peñistas, artesanos... autóctonos y forasteros que aportan imaginación y talento a las calles del centro de la ciudad. Para los que no tenéis la oportunidad de estar por tierras mañas, esto es un trocito de lo que se ha visto esta tarde. Y, ¡felices fiestas a todos!





























sábado, 5 de octubre de 2013

La Caravana Aragonesa Universitaria por el Clima

El concepto de la Caravana Aragonesa Universitaria por el Clima es único en España. Estudiantes de las diferentes carreras de la Universidad de Zaragoza recorren, durante cinco días, distintas localidades de su comunidad con un mensaje muy claro: "juntos podemos mejorar el medio ambiente". Dentro del autobús que, en sus cinco ediciones ya ha recorrido veintiséis poblaciones aragonesas, los voluntarios comparten anécdotas y bromas. 


Todos van vestidos con un polo verde. Algunas veces los han confundido con un equipo deportivo "o nos han mirado mal porque piensan que somos una secta" -comenta entre risas Sara Illana, que ha vivido como voluntaria cuatro de las cinco Caravanas- "son imprescindibles muchas ganas y mucho compañerismo". Y es que el buen ambiente es la esencia de esta aventura donde hace falta tener don de gentes. Divididos en grupos se dirigen a los colegios, institutos, centros de la tercera edad y asociaciones de todo tipo con un mensaje de ahorro de agua, de energía, reciclaje y movilidad sostenible.


Pero la batalla más difícil la libran en la plazas de las distintas localidades. En una pequeña carpa y encuesta en mano, preguntan a cada vecino sobre sus prácticas para con el medio ambiente. Es una excusa que da pie a convencerles de que instalen bombillas LED o de que coloquen perlizadores en sus grifos. Y así, después de sus cinco ediciones, los números hablan por sí solos: alrededor de cuarenta mil personas han sido "abordadas" por los universitarios de verde.

El paso de la Caravana por los distintos municipios provoca que se dejen de consumir dos millones de kilowatios hora al año, lo que supone un ahorro de 300 mil euros para las familias. Estos datos proceden de la Oficina Verde, donde se gestó el proyecto, con Lucio de la Cruz como principal artífice. De forma espontánea, así es como surgen la mayoría de las grandes ideas y esta no fue una excepción. "Buscábamos una forma cercana de sensibilizar a la gente. Pero teníamos dudas porque no sabíamos si los universitarios iban a querer ponerse el polo verde o llevar colgada la acreditación", cuenta Lucio. Desde la primera Caravana hasta ahora, han pasado casi 300 jóvenes.


Superados los miedos iniciales, se ha convertido en un éxito y no solo por su poder de convocatoria. Con solo dos años de vida, recibió el Premio Medio Ambiente de Aragón 2010 en categoría universitaria. "Hacemos una pequeña contribución, con un gran entusiasmo. Porque si dieran un premio a la ilusión, lo ganarían los voluntarios que hacen posible todo esto", afirma Lucio de la Cruz, jefe de la Oficina Verde y persona de referencia para este proyecto. En palabras del Rector de la Universidad de Zaragoza, Manuel López, "si hubiera una medalla al buen hacer en la Universidad, sería para Lucio". Coordinadores, voluntarios, patrocinadores, vecinos de las localidades por las que pasa la Caravana... todas las piezas son necesarias para otorgar al cuidado del medio ambiente un protagonismo absoluto durante cinco días. Una convivencia que convierte a la Caravana Aragonesa Universitaria por el clima en algo más que una buena causa. Sus frutos son el inicio de amistades, el trabajo en equipo y la convicción de que hay jóvenes que regalan su tiempo para hacer de La Tierra un sitio mejor. 


Bienvenidos

¡Queda inaugurado este baobab! Aquí me reúno con cualquiera que tenga una historia que contarme. Y, puestos a imaginar un sitio, ¿por qué un baobab? Es uno de los árboles más hermosos y curiosos del planeta. Alto, robusto, sagrado para algunas tribus. Dice la leyenda que desafió a los dioses con su vanidad y estos le castigaron, por lo que sus ramas miran al cielo, como suplicando clemencia. Todavía hoy, el agua que almacena en su tronco hace de él un elemento importantísimo para los pueblos cercanos y su sombra dibuja el perfecto punto de encuentro para  que las gentes compartan sus vivencias.



¡Ah!  Y quien duerme debajo de uno, vuelve a África. Yo quiero volver.